viernes, 3 de julio de 2009





MANOLITO “EL CANTAOR”



Manuel Hermoso, dicho así, sin más, este nombre y apellido poco nos dicen, pero si pronunciamos el nombre en diminuto y le añadimos “el Cantaó”, pocos que peinen canas dudarán en identificarle.

Manolito, “el Cantaó”, no puedo biografiarte porque de ti sólo conozco tu nombre. Bueno, tu nombre y, además, tuve la suerte de conocerte personalmente, ¡Que ya es bastante!

Vivías en el Barrio de la “Cebá”, ese pequeño ghetto que congregaba a la mayoría de las gentes humildes del pueblo. Aquellos que los sábados, - ¿o tal vez era otro día? - se congregaban y, formando un grupo, iban por las casas de los más pudientes a fin de recoger unas “perras” que les permitieran seguir “tirando”.

Tú ibas con ellos, pero no eras como ellos. Tú eras de otra madera. Eras, para ellos, un privilegiado. Nunca te faltó lo poco que necesitabas. Tú eras una institución en el pueblo. Eras todo un personaje

Te recuerdo claramente. Pelo canoso y rizado. Frente prominente. Y tu nariz, Manolito, ¡Vaya nariz! Ese era el punto de tu fisonomía que bastaba para definirte. Tú decías que era “una colilla pegá en una esquina”. Pero, ¿realmente tenías nariz?. Era tan pequeña y tan deforme que no daba ni para considerarte chato. Y luego, tu pecho y tu espalda; tenías chepa a ambos lados. ¡ Estabas muy mal hecho, Manolito ! Tan mal hecho que tu mismo te vanagloriabas de que, cuando naciste, tu madre no supo si eras niño o “bicho”. Pero esa mala “carrocería” contenía una garganta privilegiada. ¡ Menudas cuerdas vocales ! Eras un virtuoso del cante. Tu “apellido” lo dice todo, “EL CANTAOR” .

Fuiste maestro y alumno, discípulo y profesor de ti mismo. Nadie, de no ser el hambre, te enseñó a cantar, porque ese arte lo llevabas en la sangre, te salía de las entrañas.

Cuando te arrancabas por unos fandangos y seguías con martinetes, alegrías,.......siempre nos parecía poco, siempre te pedíamos más. Y se nos ponía la carne de gallina ¡ Que bueno eras ! ¡ Que bien cantabas, Manolito!

Se decía que una vez, en Sevilla, pasaste toda una noche cantando de tasca en tasca con un grupo de señoritos. Todos se maravillaban de tus posibilidades. Por la mañana te enteraste de que habías estado cantando nada menos que para el gran maestro del cante “jondo”, para VALLEJO.
Te llegaron ofertas para que te abrieses camino en los escenarios, Tú lo rechazaste todo por no dejar ni a tu pueblo, ni a tu madre. Tu Encinasola te tenía atado. Eras tan marocho que no te atreviste a dar ese salto que, con toda seguridad, te abría abierto el camino de la gloria.

Por todo esto eras distinto a tus vecinos. El pueblo te apreciaba, te ayudaba, te quería.

Y así viviste no sé cuantos años. Y un mal día te sorprendió la muerte. Esa que nunca avisa. Esa que aunque es esperada, siempre nos sorprende. Y te llegó de golpe. Tú, que no quisiste montarte en un coche para dejar tu pueblo, caíste debajo de uno de ellos para quedarte para siempre en tu querida Encinasola.



José Domínguez Valonero


“El Picón, Núm. 2. Junio 1999









Manolito con algunos amigos

Manolito es el primero de la derecha





Manolito, óleo de Ángela López Pérez
Cedido por Antonio Jemenez Delgado


No hay comentarios: